Este no es un episodio aislado ni nuevo. Es el resultado previsible de una tensión de larga data, cuyo origen está vinculado a una cuestión estructural: la persistente amenaza de aniquilación que Irán mantiene sobre Israel, y el avance de su programa nuclear con fines militares.
Según Medina Méndez, en esta dinámica compleja y peligrosa, Occidente debe decidir si se mantiene firme en la defensa de sus valores (como la democracia, el pluralismo y la libertad) o si se deja arrastrar por la narrativa relativista que pretende equiparar acciones defensivas con provocaciones ofensivas. Israel, ante la amenaza existencial que representa Irán, ha optado por acciones preventivas, focalizadas y quirúrgicas, orientadas a impedir la capacidad de enriquecimiento de uranio de su adversario.
A pesar de la gravedad del contexto, la situación no ha derivado (al menos hasta ahora) en una guerra regional o mundial. Ni Irán ni Israel tienen interés real en una confrontación abierta. Ambos saben que los costos de una guerra total serían desproporcionados y que, en el fondo, están conectados a la economía global, que ya comienza a enviar señales de distensión, como lo muestra el comportamiento reciente del precio del petróleo.
También sostuvo que la debilidad política interna del régimen iraní, sumada a la transición política que enfrenta Israel y al calendario electoral en Estados Unidos, configuran un tablero donde las decisiones no son solo militares, sino profundamente políticas. La lógica que domina en esta fase es la del equilibrio inestable. Sin embargo, la indefinición también tiene consecuencias, y la pasividad frente a una amenaza sistemática puede derivar en escenarios aún peores.
En este marco, para el consultor, la postura del presidente Javier Milei, alineado con Israel y Estados Unidos, no debería sorprender ya que responde a una afinidad de principios, no meramente geopolítica. Sin embargo, es necesario distinguir entre una coincidencia de valores y una participación activa o logística, que podría acarrear riesgos innecesarios. La experiencia argentina con el terrorismo internacional nos obliga a recordar con responsabilidad los antecedentes trágicos que aún duelen.
Finalmente, frente a las críticas que recibe esta postura y a los intentos de judicializarla, vía juicio político, es fundamental no desnaturalizar los instrumentos republicanos. Usar estas herramientas con fines partidarios y arbitrarios transforma el control institucional en una forma de tiranía de las mayorías, un fenómeno que ya hemos visto erosionar democracias jóvenes en otras latitudes.
La defensa de Occidente no debe darse solo en el campo militar o diplomático. También es una batalla cultural y moral. Requiere convicción, estrategia y memoria histórica, para no repetir errores del pasado ni caer en equidistancias falsas que solo favorecen a los extremismos.
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