Con una inversión estimada entre US$ 15 y 20 millones, el hotel se construye bajo un esquema Condo Hotel, un formato que viene desplazando al alquiler temporario como vehículo de inversión. Cada unidad funciona como un activo inmobiliario tradicional —con título propio y capacidad de reventa o hipoteca—, pero con renta hotelera profesionalizada. Según Isanbizaga, desarrollos previos arrojan retornos cercanos al 9% anual en dólares en períodos de normalidad turística, y sin los costos ni la gestión que exige un departamento turístico.
El complejo incluirá 120 habitaciones, centro de convenciones, restaurante internacional, spa, piscina, gimnasio y espacios corporativos, con capacidad para dinamizar un ecosistema de empleos directos e indirectos. La escala del proyecto apunta no solo a alojar turistas, sino a fortalecer segmentos de alto valor como eventos, reuniones corporativas y viajes de incentivo, líneas clave para mejorar la estacionalidad del destino.
Para Isanbizaga, Iguazú mantiene un desfasaje entre su potencial global y su infraestructura actual, lo que abre una ventana de inversión estratégica. La falta de servicios complementarios —entretenimiento, compras, espectáculos— hace que parte del flujo de visitantes migre a la oferta brasileña, un vacío que nuevos proyectos privados podrían capitalizar. En paralelo, se analizan iniciativas anexas, como un espacio de entretenimiento permanente pensado para aumentar la estadía promedio del turista.
La alianza con Marriott International se selló durante la pandemia y habilitó la comercialización temprana del proyecto, algo inusual en grandes cadenas. Para el desarrollador, el crecimiento del turismo internacional, el fortalecimiento del segmento premium y la presencia de una marca global crean un círculo virtuoso para atraer capitales, desde pequeños inversores hasta fondos interesados en activos hoteleros de largo plazo.
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