El objetivo declarado por el gobierno es dinamizar la creación de empleo formal y facilitar la inversión privada. Entre los puntos clave se destacan la reducción de cargas sociales para empleadores, la flexibilización de indemnizaciones por despido y la prioridad del convenio por empresa sobre los convenios sectoriales. Además, se introducen medidas para simplificar la contratación y permitir modalidades de trabajo más adaptadas a la economía digital.
Para las empresas, la reforma representa una oportunidad de reducir costos laborales, acceder a esquemas de contratación más flexibles y ampliar su capacidad de inversión. Sectores que dependen de mano de obra intensiva, como la industria, el comercio y los servicios, podrían beneficiarse de una mayor competitividad y posibilidad de expansión. Según especialistas, la previsibilidad en los costos laborales puede incentivar proyectos de inversión a mediano plazo y estimular la formalización de empleos actualmente informales.
Sin embargo, el proyecto también genera incertidumbre en torno a la estabilidad laboral y la protección de los trabajadores. Cambios en la negociación colectiva, flexibilización de indemnizaciones y la implementación de nuevas modalidades de trabajo podrían derivar en empleos más precarios si no se acompañan de controles efectivos. Analistas del mercado laboral advierten que será crucial equilibrar la flexibilidad empresarial con mecanismos de resguardo para empleados, a fin de evitar impactos negativos en la calidad del empleo.
La reforma laboral se presenta así como un doble desafío: fomentar la competitividad y la inversión sin comprometer los derechos básicos de los trabajadores. Empresas, gremios y expertos coinciden en que su éxito dependerá de la claridad de la normativa, la implementación de controles y la capacidad de generar incentivos para una mayor formalización, manteniendo a Argentina en la senda del crecimiento económico sostenible.